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TARRAGONA  -   Vista general

 

Tarragona. Ciudad de fundación romana (218 a.C., durante la Segunda Guerra Púnica), base militar para la conquista de las tierras de la península. Devino bajo Augusto capital de la Hispania Tarraconense o Citerior. Su importancia se evidencia en la cantidad y envergadura de las construcciones de ese período: pretorio, circo, teatro, anfiteatro, foros ciudadano y provincial, murallas, acueducto, etcétera - que se extienden desde la cima del cerro rocoso en que se asienta la ciudad hasta el mar.

 

La catedral es el símbolo más representativo del esplendor medieval de la ciudad, cuando llegó a ser arzobispado metropolitano de la corona caralano-aragonesa. La ciudad antigua, llamada la Part Alta, sigue en parte el trazado de la ciudad romana la Plaça de la Font coincide en parte con la arena del circo - y estuvo durante siglos rodeada por un imponente recinto amurallado. La expansión urbanística del pasado siglo tiene su eje principal en la Rambla Nova (1854), vía que al llegar al mar se convierte en el Passeig de les Palmeres, bellísimo mirador sobre el Mediterráneo.

 

Desde el Passeig Arqueológic, que bordea el contorno de las murallas, se divisa una bella panorámica del Camp de Tarragona, donde se alternan mases y pinares, la característica garriga y los cultivos de secano, ante el telón de fondo de las sierras de Prades y de Llaberia.

 

El barrio portuario, el Serrallo, tiene una acreditada tradición gastronómica. La ciudad, que tiene más de 100.000 habitantes, reúne las ventajas de la capitalidad y de una economía en expansión con los atractivos de una naturaleza espléndida, un clima suave y un extraordinario conjunto monumental.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LA TARRACO ROMANA

 

Con la frase Tarraco Escipionum opus (Tarraco fue obra de los Escipiones) Plinio, a finales del siglo I d.C., hace referencia al momento fundacional de la ciudad. En efecto, Tarraco surge a raíz de la llegada de los ejércitos romanos a la Península Ibérica el año 218 a. C., en el marco de la confrontación bélica por el control del Mediterráneo entre romanos y cartagineses, la que se conoce como segunda Guerra Púnica. El cuerpo expedicionario romano desembarcó en la ciudad griega de Emporion, para desde allí dirigirse rápidamente hacia el sur con el fin de controlar las tierras al norte del Ebro. Las tropas romanas estaban comandadas por Cneo Escipión, al que se añadió, un año más tarde, su hermano Publio Cornelio. Cneo, después de vencer en un primer combate a los cartagineses, estableció una pequeña guarnición, que poco tiempo después se transformó en la principal base militar romana en Hispania y en la ciudad de Tarraco. Este primer asentamiento romano se encontraba muy próximo a un oppidum ibérico fundado a finales del siglo V a.C. y recientemente documentado arqueológicamente.

 

La ciudad republicana de Tarraco fue muy posiblemente un núcleo bifocal, con el campamento militar en la parte alta y el área residencial en torno al poblado ibérico y el puerto. La consolidación urbana fue rápida. La presencia militar estable comportó la llegada no sólo de soldados, sino también de comerciantes y ciudadanos romanos que vieron en Hispania una tierra que les ofrecía nuevas oportunidades. La presencia romana comportó también la llegada de influencias y de una nueva cultura que, con el tiempo, acabó por imponerse, con más o menos éxito según la zona, en toda la Península Ibérica.

 

Una de las principales infraestructuras sobre las que se cimentó Tarraco fue, sin ninguna duda, el puerto. A pesar de eso, la edificación romana más antigua y mejor conservada de época republicana es la muralla. En un primer momento consistía en una simple empalizada de madera que protegía la guarnición militar. La victoria romana sobre los cartagineses y la incorporación de Hispania al Estado romano aceleró el proceso de consolidación de las defensas. La construcción de la primera muralla de piedra, datada arqueológicamente a inicios del siglo II a.C., se ha relacionado con la división provincial de 197 a.C.

 

La opinión más extendida sostiene que en torno al 150/125 a.C. la muralla sufrió una importante transformación, y creció en extensión, altura y anchura. De esta forma pasó a rodear también el núcleo urbano.

 

Tarraco creció de forma acelerada durante los siglos II y I a.C., y se convirtió, junto a Cartago Nova, en la ciudad más importante de la Hispania Citerior. Allí reunió César a sus legados durante la guerra civil contra Pompeyo, y debido a la lealtad mostrada por los tarraconenses, César concedió a la ciudad el título de colonia.

 

Fue durante los años 26-25 a.C. cuando Tarraco adquirió una mayor relevancia como ciudad, al convertirse en la capital del mundo romano. En efecto, durante estos años Augusto residió en la ciudad y fue desde allí dirigió las campañas contra cántabros y astures. Por la presencia imperial Tarraco se consolidó como la capital de la Hispania Citerior, y recibió un fuerte impulso urbanístico, una muestra del cual es el teatro y la monumentalización del foro local.

 

Durante el siglo I d.C. la ciudad creció y se consolidó. El asesinato de Nerón, en el año 68, marcó el inicio de un periodo de convulsión y guerra civil en todo el imperio. El general romano Galba fue nombrado emperador por las legiones hispanas, mientras en otras provincias del imperio surgieron otros pretendientes a emperador. Muerto Galba, las provincias hispanas pasaron a apoyar a Vespasiano, que fue quien finalmente llegó al poder. Se iniciaba así la dinastía flavia y un momento de gran esplendor para las provincias hispanas. Por el apoyo prestado a su causa, Vespasiano les concedió el Ius Latii, en torno al año 73. A partir de ese momento, todos los hispanos fueron considerados ciudadanos romanos de pleno derecho. Asimismo, los núcleos más importantes de población, muchos de los cuales aún mantenían el estatus jurídico del momento de la conquista, se convirtieron en municipios. Todo ello conllevó la necesidad de crear una nueva administración que se adecuara a esta nueva realidad. Surgieron así, sobre la base creada por Augusto, unas importantes redes administrativas que tenían como núcleos rectores las capitales provinciales. De esta forma, Tarraco, como capital de la Hispania Tarraconensis o Citerior dispuso de dos foros: uno colonial y otro provincial. Al foro provincial se le añadió unos años más tarde el circo, completando el conjunto monumental estatal.

 

Durante el siglo II la ciudad llegó a su máxima expresión gracias a la construcción del último de sus grandes edificios de entretenimiento: el anfiteatro.

 

Tarraco, al igual que la mayoría de centros urbanos de Hispania, fue objeto de las incursiones francas a mediados del siglo III. Según relatan las fuentes, y corrobora la arqueología, la ciudad fue devastada el año 260 d.C., con lo que la zona residencial quedó especialmente afectada. Después del siglo III, periodo de incertidumbre, la ciudad recobró su dinamismo a partir, especialmente, de la recuperación general que supuso la llegada al poder de Diocleciano y de su "tetrarquía" desde el año 285. A partir de esta época, y con continuidad a lo largo de la primera mitad del siglo IV, la ciudad se revitalizó tal y como se pone de manifiesto con la construcción de nuevos edificios públicos, el mantenimiento de los espectáculos en el anfiteatro o la restauración de edificios públicos de época alto-imperial. A pesar de ello, Tarraco no escapó a la dinámica de transformación social, política y económica que alteró la fisonomía de muchos centros urbanos de occidente.

 

El cristianismo y su implantación son, sin duda, elementos imprescindibles para explicar la Tarraco tardía. Se han transmitido hasta hoy las actas martiriales del obispo Fructuoso y los diáconos Augurio y Eulogio, que fueron objeto de persecución y muerte en el año 259. El lugar de su sepultura acabó por convertirse en el centro eclesiástico de Tarraco a partir del siglo V, con la construcción de una gran basílica funeraria con edificios anexos, entre ellos un baptisterio. Esta iglesia, emplazada en los antiguos suburbios de Tarraco y próxima al río Francolí, conllevó la construcción de otros edificios eclesiásticos como una segunda basílica, muy próxima a la primera, que disponía de un atrio y edificios agrarios vinculados a ella. La necrópolis paleocristiana que rodea el área constituye uno de los conjuntos funerarios cristianos mejor documentados de Europa occidental. Todo este suburbio cristiano acabó por convertirse en un centro importante y dinámico de Tarraco.

 

La documentación escrita de inicios del siglo V muestra una Tarraco que mantenía estructuras sociales complejas, en las que el obispo metropolitano era el defensor del orden establecido en un Imperio en el que Chistianitas era sinónimo de romanitas. Cabe destacar, asimismo, la presencia en la ciudad del Comes hispaniarum.

 

Tarraco continuó siendo una de las principales metrópolis hispanas durante la monarquía visigoda hasta que el panorama cambió radicalmente con la conquista de la ciudad por los ejércitos islámicos y su incorporación Al Andalus hacia el año 713. A partir de este momento, la ciudad entró en un largo y oscuro periodo que no concluyó hasta la conquista impulsada por los Condes Catalanes en el siglo XII, que comportó el restablecimiento de la sede metropolitana de Tarragona.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

TARRAGONA MEDIEVAL (s. XII-XV)

 

La conquista de Tarraco por parte de los árabes, alrededor del año 713, supuso para la ciudad el inicio de un proceso de decadencia y abandono que se prolongó hasta la restauración de la sede metropolitana en 1129.

 

A pesar de que la restauración estuvo en la mente de diversos prelados desde el siglo XI, no fue posible hasta el siglo XII. En 1129, el arzobispo de Tarragona, Oleguer Bonestruga, mediante un pacto feudo-vasallático, cedió la ciudad, como un principado eclesiástico, a un mercenario normando, Robert Bordet, que había servido a las órdenes de Alfonso I de Aragón. El 14 de marzo de 1129, este caballero fue nombrado Príncipe de Tarragona tras rendir homenaje al prelado, en calidad de defensor y protector. A partir de la infeudación de Tarragona, los normandos, comandados por Bordet, llegaron y se instalaron en la ciudad. Las primeras tareas llevadas a cabo, descritas por Orderic de Vital, se centraron en desescombrar los edificios preexistentes y en limpiarlos de maleza para hacerlos habitables. Robert Bordet aprovechó una antigua torre romana todavía en pie, la actual Torre del Pretorio, para establecer su castillo. Se iniciaba así un primer proceso de colonización de la ciudad, dirigido sobre el terreno por Robert, pero controlado desde Barcelona por el arzobispo.

 

La situación en la ciudad se complicó con la muerte de Oleguer y la elección de su sucesor. En 1146, el nuevo arzobispo, Bernat Tort, un hombre de confianza del Conde de Barcelona, se estableció en la ciudad. Se iniciaba así un proceso marcado por los continuos conflictos jurisdiccionales entre Robert Bordet y los siguientes arzobispos, a los que hay que añadir la creciente injerencia condal en los asuntos de la ciudad y de su territorio. En el fondo, tras de esta situación se escondía una lucha por el poder a tres bandas. Esta tensión desembocó en una guerra entre facciones que acabó con el asesinato del arzobispo Hug de Cervelló y el exilio de la familia normanda en Mallorca, en el año 1171. De esta forma, el Conde-rey Alfonso I, el Casto, se quedó con las propiedades del normando mientras que el nuevo arzobispo, Guillem de Torroja, se convertía en el verdadero hombre fuerte de Tarragona.

 

La Tarragona de finales del siglo XII ya era un núcleo urbano plenamente consolidado que se había convertido en el centro director de un amplio territorio. En 1148 el gobierno local se había reordenado y el consejo de habitantes de la ciudad participaba intensamente en la vida urbana. Asimismo, la documentación muestra que, a partir de mediados de este siglo, la ciudad gozaba de una renta feudal diversificada, con presencia de imposiciones estrictamente urbanas junto con otras más genéricas. El desarrollo urbano había conducido a una dinamización de las actividades comerciales y Tarragona se había convertido en el centro de captación de las rentas.

 

A partir de finales del siglo XII, la ciudad creció y se ocupó toda el área interna del Foro Provincial. Este avance respondía a una planificación dirigida muy posiblemente desde la señoría, tal y como parece indicar la creación de una trama ortogonal de calles. Así se mantenía, en cierta forma, la estructura arquitectónica heredada de la época romana. La ciudad del XII surgió fuera del área de grandes monumentos, alrededor de los castillos señoriales. A partir de 1146 se ocupó el área del recinto de culto de época romana, un sector que tomó especial relieve con el inicio de la construcción de la Catedral en 1171, y que se convirtió en el eje vertebrador de la ciudad a partir de su consagración en 1331. El interior de la gran plaza del Foro romano se urbanizó a finales del siglo XII. Fuera del recinto defensivo de esta primera época había tres áreas claramente diferenciadas: en primer lugar, el Corral, el antiguo circo romano, que se convirtió en un burgo extramuros con un mínimo de población y destinado principalmente a actividades comerciales e industriales. En segundo lugar, la Vila Nova que era el área que se prolongaba desde el Corral hasta el puerto y estaba destinada básicamente a huertos, cultivos, herrenales y molinos. A diferencia de la primera, no estaba muy habitada, excepto en el área del puerto y en la zona más próxima al Corral. Finalmente la huerta de Tarragona, también destinada a la explotación agraria, que se extendía a ambos lados del Francolí y llegaba hasta Riu Clar.

 

La Tarragona del siglo XV fue sustancialmente diferente a la de los siglos XIII y XIV. La expansión de la peste bubónica por toda Europa marcó el inicio de un importante periodo de recesión demográfica. La epidemia llegó a la ciudad entre mayo y julio de 1348, provocando una gran mortalidad. El descenso de la población y la crisis general en que se encontraba la ciudad hizo que el núcleo urbano entrara en un importante proceso recesivo. El descenso del número de fuegos se plasmó en un número menor de casas ocupadas. A pesar de esto, en 1368 la ciudad, siguiendo las directrices marcadas por la Corona, empezaba las tareas de mantenimiento y refuerzo de las murallas de la ciudad mediante la construcción de la Muralleta o Mur Nou (Muro Nuevo), a la altura de la fachada del circo. De esta forma el área del Corral, el antiguo circo romano, quedó incorporada al núcleo urbano. La situación política se agravó a lo largo de la primera mitad del siglo XV. Las diferencias entre la Generalitat y Joan II provocaron una guerra civil catalana, en la que el arzobispo se puso del lado de los realistas, mientras que el Consejo Municipal, tras un periodo de prudencia, se alió con la Generalitat.

 

El 17 de octubre de 1462 las tropas de Joan II llegaron a Tarragona para sitiar la ciudad. El 2 de noviembre, después de 15 días de sitio, los tarraconenses decidieron rendirse con la condición de que ni el rey ni sus tropas entraran en la ciudad.

 

La guerra sumió a Tarragona en la más absoluta decadencia. Las defensas de la ciudad, especialmente en el sector del Mur Nou, quedaron muy deterioradas, así como las del área del Corral. La población disminuyó drásticamente y la municipalidad se declaró en quiebra. Los efectos de la guerra fueron visibles en la ciudad durante mucho tiempo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

TARRAGONA EN LOS SIGLOS XVI-XVIII

 

La vida de la ciudad de Tarragona durante la época moderna está marcada por tres importantes conflictos bélicos. Desde el siglo XVI se construyen o consolidan fortificaciones para defender la ciudad y sus alrededores de las continuas guerras y ataques piratas. A partir de la Guerra de los Segadores y hasta mediados del siglo XIX Tarragona fue plaza fuerte, lo que comportaba que no se podían destruir las fortificaciones y se tenía que dejar un espacio delante de la muralla libre de edificios, con las dificultades que ello suponía para la expansión urbanística. Las epidemias fueron una constante en este periodo y provocaron grandes mortandades y el éxodo de la población.

 

La Guerra de los Segadores, en la que se enfrentaron catalanes y franceses por un lado y la monarquía hispánica por otro, se inició en 1640 y se acabó en 1659. La situación estratégica de Tarragona fue la causa de que padeciera dos importantes sitios, en 1641 y en 1644, que comportaron graves destrucciones de edificios y la consecuente postración y decadencia económica de la ciudad. El puerto padeció daños importantes y se abandonó durante mucho tiempo, por lo que el comercio se desvió hacia el puerto de Salou. La economía del Camp de Tarragona entró en una grave crisis de la que no se recuperó hasta finales del siglo XVIII, cuando se autorizó la reconstrucción del puerto y se concedió el permiso para comerciar libremente con América.

 

El segundo gran conflicto bélico que padeció la ciudad fue la Guerra de Sucesión (1702-1714) que alcanzó la ciudad cuando todavía no se había recuperado de los estragos de la Guerra de los Segadores. Tarragona fue defendida por una guarnición británica que mejoró el sistema defensivo con la construcción de la Falsa Braga y de otros fortines y baluartes, la mayor parte actualmente desaparecidos. Cuando Felipe V accedió al poder promulgó el Decreto de Nueva Planta, que instauraba un sistema de gobierno centralizador y absolutista. En esta nueva organización, las antiguas veguerías se reagruparon en corregimientos y nacieron los ayuntamientos, al tiempo que se jerarquizó el organigrama político, se recortó el poder de los arzobispos y se suprimió la Universidad.

 

Las pestes y los piratas

 

Otro grave problema con el que se enfrentó la ciudad a lo largo de los siglos XVI y XVII son las epidemias de peste y los ataques piratas. Hasta entrado el siglo XVIII, las epidemias modificaron la estructura y el crecimiento de la población puesto que iban asociadas al hambre y a la guerra, y comportaban no sólo un gran número de muertes sino también el éxodo de la población urbana, la más afectada por este azote. Las epidemias más virulentas fueron las de los años 1589-92 y 1650-53, a pesar de que hubo otros brotes. El abastecimiento de trigo también fue un grave problema por las malas cosechas sucesivas a lo largo del siglo XVI, que provocaron hambre y un aumento desmesurado de los precios.

 

La piratería en la costa del Mediterráneo provocó la huida de la población hacia zonas más seguras del interior. Para intentar controlar los ataques piratas se construyeron torres de defensa a lo largo de la costa, como la Torre de la Mora, edificio de planta circular, construido en 1562 por el maestro de obras Joan Miró, o como el baluarte sobre el puerto natural de Tamarit, que data de 1617. Las batidas corsarias supusieron un importante tropiezo demográfico y económico para las zonas afectadas.

 

La sociedad y la cultura

 

La iglesia, y más concretamente, los arzobispos jugaron un papel importante en el relanzamiento cultural, artístico y urbanístico de la ciudad en el siglo XVI, ya que estos religiosos, además de ser prelados, ocupaban importantes cargos políticos. Arzobispos como Gaspar Cervantes, Joan Terés y Antoni Agustín dotaron a la ciudad de una Universidad Literaria, ampliaron los límites de la ciudad amurallada hasta la actual Rambla Nova -con la construcción de la muralla de Sant Joan- y promovieron y financiaron obras y capillas en la catedral de Tarragona. Por otra parte, en la ciudad estaban instaladas numerosas órdenes religiosas instaladas que realizaban entre tareas benéficas y educativas.

 

La llegada del agua a la ciudad, proveniente de Puigpelat, en diciembre de 1798 supuso una importante mejora de la calidad de vida de la población. En este caso, también hay que destacar la contribución de la jerarquía eclesiástica al desarrollo de la ciudad, puesto que la obra fue impulsada por los arzobispos Joaquín de Santiyán y Francesc Armaña.

 

A lo largo del siglo XVIII, la ciudad experimentó un ligero crecimiento que se verá de nuevo truncado, a principios de la centuria siguiente, por un nuevo conflicto bélico, la Guerra del Francés.

 

En el ámbito artístico, a finales del siglo XVI, se produce un renacimiento del clasicismo de la mano de la Escuela del Camp, con el apoyo del arzobispo Antoni Agustín y los canónigos humanistas.

 

A pesar de los acontecimientos dramáticos que marcaron la época moderna, la celebración de las fiestas tradicionales continuó siendo uno de los hitos que marcaban el calendario tarraconense. Los gremios eran los encargados del séquito que salía a la calle para las fiestas de Santa Tecla, Corpus, la llegada de los reyes y la entrada de nuevos arzobispos. A mediados del siglo XVI se fundó la Confraria de la Sang (Cofradía de la Sangre), cuya relevancia social sobrepasó con creces la participación en la procesión del Santo Entierro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

TARRAGONA EN LOS SIGLOS XIX y XX

 

El siglo XIX se inicia con un conflicto bélico de consecuencias devastadoras para la ciudad: la Guerra de la Independencia o Guerra del Francés. Tras un sitio largo y terrible para la población, Tarragona fue asaltada por el ejército francés el 28 de junio de 1811. A partir de ese momento, los franceses ocuparon la ciudad durante más de dos años, tras los cuales dejaron un rastro de miseria y hambre, agravadas por la voladura de puntos estratégicos de la ciudad que acompaño su salida, el 19 de agosto de 1813.

 

La recuperación económica y demográfica fue lenta, a pesar de que se eximió a la ciudad del pago de tributos entre 1816 y 1826. Con la mejoría de la situación, se reemprenderán las obras del puerto y otras que habían quedado paradas con el conflicto. Este hecho permitirá el establecimiento de comerciantes foráneos y la formación de una pequeña burguesía comercial emprendedora que hará posible la modernización de Tarragona a lo largo del siglo XIX.

 

En 1786 se concedió a Tarragona el permiso para comerciar libremente con América y la actividad económica se orientó hacia el comercio del vino y el aguardiente. Este hecho conllevó la expansión del cultivo de la viña en detrimento de otros productos. Con la aparición de la filoxera en Francia, hacia 1870, el cultivo se extendió de forma desmesurada, hasta el punto que se plantaban viñas en lugares poco adecuados. La ventaja de la proximidad del mercado exportador y la facilidad de transporte hacían que fuera un cultivo rentable, por lo que Tarragona se benefició mucho económicamente. Este movimiento económico motivó la aparición de una nueva clase social de obreros y menestrales, mientras que la burguesía aprovechó para invertir en diversas empresas.

 

Durante la segunda mitad del siglo XIX, las oscilaciones del precio del vino condicionaron la economía y la demografía de la ciudad, así como su expansión urbana. En periodos de euforia se incrementó la población, se fomentaron industrias auxiliares relacionadas con la exportación de vinos y se establecieron numerosas sociedades y entidades vinculadas con este comercio. A partir de mediados de siglo, el crecimiento económico posibilitó mejoras urbanas que cambiaron la fisonomía de la ciudad.

 

En 1868, Tarragona dejó de ser plaza fuerte, lo que permitió la construcción de edificios y viviendas fuera de la muralla. Militarmente, las murallas ya no eran necesarias, puesto que las nuevas tecnologías de guerra habían demostrado que eran inútiles. Por otra parte, la presión demográfica hacía imprescindible la urbanización de esa zona de la ciudad. Sólo a partir de 1854, y de una manera intermitente e irregular debido a los elevados costes económicos que suponía, se inició el derribo de la muralla de Sant Joan, que permitió la urbanización y la construcción de nuevos edificios en la actual Rambla Nova y la proyección de nuevas calles, como la de la Unió, que harán posible la conexión de la Parte Alta con la Marina. La Parte Alta de la ciudad, más estática, continuó siendo el espacio preferido como residencia por la nobleza, por los eclesiásticos y también, por sectores, de los payeses y los artesanos. La parte baja o Marina, de nueva construcción, más dinámica, se convirtió en el lugar donde se establecerá la burguesía comercial con sus talleres y tiendas.

 

Las obras del puerto y del ensanche de la ciudad provocan el descubrimiento de numerosos restos arqueológicos. En esta época se pudieron salvar muchos restos de la antigua Tarraco, que sirvieron como base del primer Museo Arqueológico.

 

A lo largo de los siglos, la presencia del puerto ha sido determinante para el comercio de Tarragona. Las mejoras de la infraestructura del puerto durante este periodo permitieron la introducción de nuevas empresas y, por lo tanto, la modernización de la ciudad.

 

Durante el primer tercio del siglo XX se producen en el país cambios políticos y sociales que influyeron de manera determinante en la vida de los tarraconenses: la Dictadura de Primo de Rivera, la proclamación de la Segunda República y la Guerra Civil Española (1936-1939). El conflicto supuso un grave tropiezo y un retroceso en el desarrollo económico y social de Tarragona. La ciudad fue bombardeada en numerosas ocasiones, con lo que, además de sufrir un considerable número de víctimas mortales, su estructura urbanística se vio gravemente dañada con la destrucción de infraestructuras, que tuvieron que reconstruirse durante los difíciles años de la posguerra.

 

A finales de la década de los cincuenta algunas industrias químicas empezaron a instalarse en la zona, y en 1975 entró en funcionamiento la refinería de Enpetrol. El empuje del sector industrial también influyó de manera notable en el aspecto urbanístico y constructivo en general, ya que, el aumento de población, por el incremento de la inmigración, llevó a la creación de nuevos barrios periféricos, que se construyeron, a poniente, sobre la carretera de Valencia (Torreforta, Camp Clar, Bonavista, Icomar, Riuclar, La Floresta y la Granja) y al norte de la ciudad (Sant Salvador y Sant Pere y Sant Pau).

 

Tarragona pasará a ser una ciudad industrial especializada en el campo petroquímico. En estas industrias, la salida y la entrada de los productos elaborados se hace por el puerto de Tarragona que pasará a ser considerado el segundo puerto español por volumen de toneladas anuales.